Musitados Febriles

Panda Pandora dormía como siempre. soñando con el zoologico en el que solía vivir, en donde ella comía las frutas que se le solían dar. Pandora era sinestesica, por lo que siempre saboreada las cosas dependiendo de su color. Fue entonces cuando Jorge la jirafa la despertó.

-Panda Pandora, necesito un favor- le dijo la preocupada Jirafa-. Mi cuello esta lleno de hojas y no me las puedo quitar, pues mis patas no alcanzan.

Pandora comío las hojas aburrida de ese amargo sabor verde. Pero de repente, saboreó algo nuevo. Rebanadas de naranjas bañadas en un delicioso cacao. Pandora saboreó de las encantadras delicias. Al sentir algo duro y sin sabor, notó que Jorge ya no estaba y había dejado una escalera echa de piedra blanca en su lugar.

Las pandas duermen la mayor parte del día, así que mientras otros buscaban al dulce Jorge, Pandora soñaba en su reposo. Al día siguiente, fue despertada por Ricky el rinoceronte.

-Panda Pandora ven conmigo, hay un asesino suelto y ha matado a Jorge. Te llevare a la guarida para cuidarte. Pandora subió y fue llevada al escondite. Notó que Ricky tenía piezas de bamboo pegadas en su piel, así que nuevamente, inició a comer de ellas. Al parecer, tenian unas debajo. Las comío y les exprimió el jugo y al abrir los ojos, Ricky la habia guardado en una jaula formada por costillas de calcio.

Los demás animales lo vieron todo. La querían atacar, pero sólo los pequeños y debiles podían entrar en la jaula. Ellos veian un enemigo, ella un buffet. Entonces San Lion el camaleon se acercó.

-Panda Pandora, ¿Cuál es el color que más odias?

-El verde, tan cansado y aburrido. Entonces el camaleon cambio al color indicado y entro a la jaula.

-Por favor, cambia de color, de no ser así, moriré de hambre.

-No te preocupes Panda Pandora, te tengo una botana.

Entonces sacó una galleta oreo y esta la comió.

El delicioso y crujiente caco con el relleno blanco y cremoso. Comió la galleta hasta terminar y despues de eso se puso triste. No obstante, pues descubrió que alguien la habia cubierto de esa misma crema y galleta. Inició a comer lo negro y a chupar la jugosa suavidad blanca y sin darse cuenta, quedo de ella solo una armadura.

Dejenme les cuento un poco sobre mí. Yo nunca fui muy inteligente. Desde nacimiento era considerado cotidiano y basicamente neurotipico. Mi piel era morena, cabello rasposo y de ojos cafes. No había ni un punto sobresaliente en mí, un cliche, por decirlo de otra manera. También era tonto, no servía para la escuela. Y mis padres lo sabían, me veían ya cargando el asadon.

Cuando tenía cuatro años nos mudamos a Aldama, mi padre trabajaba para Don Octavio Condena, cultivando sus campos, y cuidandolos. Nos habían rentado una casa a lado de un lago, centrada entre varios campos de cultivo. Había también una casa vecina, donde vivían otros empleados de Don Condena. El lugar era en su mayoría humedo. Recuerdo los pies de mi infancia andar caminando entre el lodo mezclado con el aceite de los tractores, recolectando sapos, mientras mi madre me observaba desde la puerta de la casa, vigilandome en cada hojeada de su libro. También recuerdo las figuras de su falda descolorida y sus sandalias desgastadas. a mi padre le gustaba sentarme en su entrepierna cuando conducía el tractor, permitiendome ver los las funciones del cultivo.

Al cumplir cinco años, mi madre se embarazó y al cumplir seis, tuve a mi primer y único hermano, Carlos, quien había nacido blanco causcacio y de ojos verdes. No hace falta decir que era el centro de atención. Mi madre lo llevaba a eventos siempre, dejandome a cargo con la vecina por unas cuantas monedas. Esa señora me caía bien, hacía ricas tortillas. Conforme fui creciendo lo iba notando, el favoritismo iba redirigido hacia mi hermano. Era Carlos paseandose en el tractor con mi padre, era él quien mi madre acurrucaba en el carro del mandado, era dicho niño quien recibía Xs y Os. Y yo, sin más, recolectando sapos entre el lodo mezclado con el aceite.

Ahora tal vez sea escencial contarles que mi vecina murió, pobre mujer y tan ricas sus tortillas. Pero tras su muerte, su esposo se fue a vivir con sus hijos y tuvimos otros familiares, igual de viejos y amantes del ron y el tequila. Tenian una hija, Mariana, para este entonces yo tenía ocho años. Ella se la pasaba fumando a escondidas a lado del lago, mientras yo recolectaba sapos, cuando me veía, me lanzaba sonrisas y guiños, pero ella no hablaba, con nadie, nunca supe si era discapacidad. A veces llegaba su novio y se tomaban unas cervezas. A veces me despertaba en las madrugadas por el eco del cinto, era común que sus padres en la madrugada le pegaran con un cinto mojado, siempre castigando sus vagancias. Y cuando finalmente su madre la atrapó con su novio tomando y con el sostén caído, le dió un botellazo al muchacho y este jamás volvió.

Y todos los días cuando iba a recolectar sapos, la veía, a veces llorando, a veces fumando y a veces incluso acostada en el lodo, con su cuerpo al desnudo. Y un día decidí ir y acercarme al lugar y ella bañada en lodo, se despertó al escuchar el salpicado de mis pies con lo humedo, se me quedó viendo, luego vió mi bote lleno de sapos y me indicó con su mano acercarme, lo hice, luego me bajó los pantalones y me hizo cosquillas en maravillosas formas, teniendo ella catorce años y yo ocho. Una vez que terminó, me los volvió a subir, se recostó nuevamente en el lodo y se puso a dormir. Al pasar esto, tomé mi bote y continué mi recolección de sapos. Al día siguiente fui y pasó lo mismo, pero esta vez al terminar, me dio un beso en la mejilla. Al día siguiente fue en los labios, y al siguiente me dejó tocarla. Era muy bella, delgada y de cabello corto, también alta. Todos los días iba a ese mismo punto, escondido entre unos cuantos arboles, a lado del lago y fuera de la vista de su casa y de la mía.

Esto lo estuvimos haciendo por varios meses. Mi madre jamás supo, estando en casa cuidando a mi hermano. Hubo veces en que la madre de Mariana casi nos descubría, en una ocasión escuchamos a su madre gritar su nombre, pero ella rapidamente me escondió entre los arbustos y salió con poca ropa y bañada en lodo.

—Pero mirate Mariana, los puercos se revuencan en menos.

Luego con el tiempo, en las noches mojaba la cama. Mi madre los primeros dias no dijo mucho, pero a la semana me puso a lavar las sabanas en el lago. Cada noche era lo mismo, hasta que se hartó y me hizo usar pañales para dormir. Ahora esto fue secreto, en Aldama procuraba que nadie supiese, igual y solo los usaba en las noches. Pero un día, mis padres fueron invitados a un evento, mi madre le pidió a Mariana que me cuidara, mas mi hermano si fue llevado al evento. Y esa noche, Mariana se me acercó y me bajó los pantalones, al ver el pañar, hubo una reacción anormal, había despertado cierta excitación en ella, pues me trató con anhelo, con deseo de tenerme, de conservarme de diversas y curiosas maneras. Era Mariana la persona que me hacía sentir única y especial, tenerla a ella era mi motivo para no envidiar a mi hermano. Estando con ella, yo era único, pues este tratamiento era exclusivo para mí. Y esa noche fue testigo de ello.

Pero a los nueve años mi padre tuvo una pelea con Don Condena y nos fuimos de mojados al Paso. Vivimos bien, no me voy a quejar de ello, pero yo pensaba continuamente en ella, preguntandome su estado y sobre las mil cosas que nunca dijo, ya que sin poder hablar, jamás me dijo que pensaba de mí. Pasaron los años y cumplí quince. Terminé siendo un chico feo, sin muchos amigos y practicamente inexistente para el mundo. Sin buenas calificaciones, me sacarón de la escuela y mi padre me puso a trabajar. Pero para este entonces tenía los ahorros, tomé un camión y me regresé a Aldama, sabiendo que no podría regresar, pues siendo mojado, y haberme escapado sin aviso, no me daba muchas posibilidades de sobrevivir. Pero era un anhelo volverla a ver. Y al llegar, toqué a su puerta y me abrió una mujer desconocida.

—¿Está Mariana?

—No, niño, Mariana hace años que se mudó.

—¿Y sabe a dónde?

—No hijo, se fueron a vivir a sur, solo dios sabrá a donde.

Y así terminé aquí. Después de eso, caminé a lado del lago con la nostalgia en mi lomo. Estuve recolectando unos cuantos sapos, todavía con esa mezcla de aceite y lodo. Luego vi aquel espacio entre los arboles. Me acerqué, me senté en el lodo y me bajé los pantalones. Ahí estaba, usando mi mano imaginando que es la de Mariana y diciendome cosas lindas de mí. Con todos los sapos viendo mi pervertida acción, todos bañados en aceite y lodo.